Safari USAWA – Día 7
El segundo día en Watamu aprendimos que despertarse temprano allí merece la pena.
En las primeras horas del día, la marea baja deja al descubierto todo tipo de tesoros que solo si madrugas puedes explorar. Paseando entre las rocas, tuvimos la suerte de encontrar estrellas de mar, pececillos atrapados en pequeñas lagunas que volverían a ser parte del fondo del mar en unas horas y muchos, muchísimos cangrejos.
La marea baja también te permitía alcanzar las pequeñas calas que el día anterior habrías tenido que acceder nadando. Habrían más de 20 cangrejos solo en una de las calas pero son tan rápidos que cualquiera andando deprisa no habría visto más que 20 agujeros y 20 montañitas de arena. Yo, al verlos, me quedé parada antes de que me detectaran. Desde mi escondite pude observar cómo los cangrejos trabajaban incansables en profundizar sus hoyos y llevar la arena que les sobraba a una montañita a una distancia prudente para que no volviera a caer dentro. También estaban los cangrejos más pillos que se acercaban lentamente a los hoyos de los otros para intentar colarse y ahorrarse el trabajo de construir uno propio.
El fondo del mar, cubierto en muchas zonas de coral, escondía aún más tesoros. Esa misma tarde cogimos un barquito que nos llevó a alta mar para hacer snorkel y allí vimos peces de todos los colores, formas y tamaños.
De vuelta en la playa, no nos podíamos creer la cantidad de gente que había andando por la arena. Nada más bajar del barco, la música de un chiringuito nos atrajo y descubrimos un corro de gente bailando con mucho arte al ritmo africano. A lo largo de la playa, algunos grupos de familias y amigos se habían sentado, aunque la mayoría de la gente parecía estar en movimiento constante, andando o bailando. La playa rezumaba vida.
Nuestro querido coordinador Adhan nos sorprendió con unos dulces de Baobab que nos dejaron muy buen sabor de boca y una legua muy roja. Un ratito después, la playa entera se cubrió de una luz naranja. El atardecer había comenzado sin previo aviso. El agua reflejó todos los colores del cielo partiendo de un azul celeste y dejando un negro absoluto.
El final del Safari llegó sin previo aviso. Habíamos pasado la semana tan a gusto y tan emocionados por las actividades de cada día que no nos dimos ni cuenta de que el tiempo estaba pasando tan deprisa. Habíamos visto animales exóticos y paisajes increíbles, habíamos aprendido sobre la cultura y las costumbres keniatas, nos habíamos echado unas risas con las anécdotas del día a día y habíamos creado un ambiente familiar en el que todo el mundo se sentía cómodo.
Ahora, Lamu nos esperaba con los brazos abiertos, descubrir el proyecto de Afrikable sería la próxima aventura.
Autora: Clara Ceballos