AHORA SE ENAMORAN EN LA ESCUELA

«Soy europea, y como tal, vengo de una sociedad que se considera a sí misma el germen y el centro de la civilización. La muestra de lo que el resto del mundo debería ser: la cuna de la cultura occidental. No entraré en cómo Europa extendió su hegemonía a lo largo y ancho del planeta y en cómo otras cunas de la civilización fueron apartadas y en parte olvidadas. Sin embargo, puntualizo esto porque cuando viajas a un lugar como África te llevas en la mochila ideas preconcebidas y prejuicios que viven en ti por muy abierta que sea tu mente. Y no solo eso, en esa mochila, llamada perspectiva europeísta, caben también muchas asunciones: elementos básicos que damos por hecho y que cobran un nuevo valor cuando observas en directo, y no en un libro de historia, su maravilloso poder de cambio. Así, corriendo el riesgo de sonar tópica y europeísta, me lanzo a decir que, cuando entras en la verdadera cuna del mundo, donde nació la vida, no queda más remedio que reorganizar las estanterías de tu pensamiento y hacer hueco para nuevos volúmenes, que en realidad, son antiguos.

Por un lado, llegas sabiendo que vas a integrarte en una comunidad formada por mujeres en riesgo de exclusión y pobreza. Llegas asumiendo que tienen muy poco. Y sin embargo, solo en mi primera frase, ya hay algo que ellas conservan y que nosotros, los europeos modernos, hemos relegado al pasado: la comunidad tangible. En Afrikable te encuentras con un grupo de mujeres que se apoyan entre ellas y que comparten sus trabajos, así como sus vidas, de una forma grupal y esencial. Los brazos de la comunidad permiten que una mujer cuide a varios niños que no son sus hijos mientras las madres de dichos niños cocinan para el resto de mujeres o trabajan en la Factory para sacar adelante a sus familias. Además, desarrollan estos lazos mientras mantienen amarrados otros mucho más ancestrales, los que te unen a la naturaleza. ¿Esa forma de vivir es consecuencia de la escasez y la falta de elección? Sí y no. ¿No les queda otro remedio? Puede ser. Pero lo realmente importante es que ahí, entre pasado y presente, entre elección y necesidad, aparecen esos volúmenes que nosotros estamos olvidando. De repente, un niño aprende que no todo vínculo se reduce a sus padres y que existen otras figuras de autoridad a las que guardar respeto y de las que aprender día a día. De repente, ese niño tropieza y se cae de bruces sobre la arena, pero se levanta sin mayor problema. Y tú te quedas detrás, con los brazos extendidos, esperando un llanto de cocodrilo que nunca llega.

El progreso, cuando miramos con conciencia a nuestro alrededor y en nuestro interior, tiene un reverso oscuro que nos aliena, nos separa y nos aleja de nuestras piezas básicas como sociedad y como personas. Esta afirmación, tan abstracta, adquiere en Afrikable forma humana cuando empiezas a balbucear en suajili, juegas al corro de la patata o ayudas a preparar el ugali.

Por otro lado, están las asunciones: aquellos privilegios que la cara brillante del progreso nos ha regalado como bienes básicos. Y entre todos ellos, asoma brillante la educación como experiencia vital. A veces caemos en el error de considerar la educación exclusivamente como formación o como un conjunto de saberes prácticos para desenvolvernos en la sociedad. Nos centramos en cómo mejorará la vida de una niña, de un niño, tras ser instruido: la libertad de conocer idiomas, la posibilidad de encontrar un trabajo digno, un futuro donde poder elegir. Estos aspectos conforman el beneficio individual que la educación aportará a ese niño y que ese niño, si todo va bien, le devolverá a la sociedad. Son aspectos necesarios, pero de nuevo ha entrado en juego nuestra pequeña mochila de europeo. Si buceamos un poco más, nos damos cuenta de que hemos pasado por alto un aspecto aún más importante. Vale, quizá no más importante, pero sí más primigenio: el poder de la educación para moldear una comunidad desde sus cimientos y estructurar una sociedad desde su base.

En el Taller del Rol asignado a la Mujer, una de las mujeres orma acababa de contarnos cómo tuvo que casarse con el hombre que la raptó y violó mientras iba a buscar agua al pozo. Esta mujer no pertenece a otro tiempo ni a otra generación. Esta mujer es nosotras, una milenial nacida en Kenia donde este apelativo, milenial, no tiene absolutamente ningún sentido. O quizá sí, a su manera, porque su generación, la nuestra, tras haber sido ahogada por un pasado patriarcal, está plantando las semillas de un futuro diferente para sus hijos e hijas. En ellos, y sobre todo en ellas, pensamos tras escuchar su historia del pozo. Entonces, una compañera le preguntó: ¿cómo se conocen los niños y niñas hoy en día? A lo que ella respondió: ahora se enamoran en la escuela. Estas palabras, que fueron recibidas entre risas, marcaron mi experiencia de lo que significa el trabajo de Afrikable en Lamu. Una afirmación que está integrada en el tuétano de nuestra sociedad y que nunca me detuve a pensar por obvia, me llevó de vuelta a la esencia de la educación. Un mecanismo imparable, fundacional, que crea un espacio seguro donde niños y niñas aprenden y crecen en igualdad, tejiendo una red invisible en sus mentes, y con ello, en las mentes de sus futuros hijos. Es el clic del comienzo, la primera ficha del dominó del cambio».